Esta hipótesis consistía en que los dentículos en los dientes del T. rex facilitaban la incrustación y acumulación de pequeños trozos de carne que se descomponían con el tiempo, dando lugar al desarrollo de colonias de bacterias en la saliva. A la hora de derribar a una presa potencial, dichas bacterias podrían provocar una infección letal en una herida significativa, con lo que el T. rex sólo necesitaría morderla una vez y esperar a que las bacterias hicieran su trabajo.
El T. rex probablemente no tenía una buena higiene bucal, siendo posible que restos de algunas de sus comidas quedaran incrustados entre su dentadura durante un tiempo prolongado durante el que se iban descomponiendo.
Arte de Damir G. Martin
El argumento principal de la hipótesis de Abler era que la estructura de los dientes del T. rex era muy similar a la de los dientes del actual dragón de Komodo, por lo que debió de haber empleado la misma estrategia de caza que éstos o una similar. Y es que para cuando Abler propuso esta hipótesis, se pensaba que los dragones de Komodo mataban a sus presas de la manera arriba descrita. Es decir, infectándolas con bacterias que se desarrollaban en su saliva gracias al alimento que quedaba incrustado en su dentadura y se descomponía en su boca. Sin embargo, en 2009 se descubrió que los dragones de Komodo en realidad no tienen un mordisco séptico como se pensaba hasta entonces, sino que tienen glándulas venenosas en su boca. En otras palabras, resulta que éstos no matan a sus víctimas por infestación, sino por envenenamiento, invalidando la teoría de la mordida séptica.
El dragón de Komodo alguna vez fue considerado el poseedor de una mordida séptica y la similitud de sus dientes con los del T. rex condujo a la hipótesis de que éste último también tendría una, mas ésta perdió solidez al revelarse que el dragón de Komodo lo que tiene en realidad son glándulas venenosas.
Fotografía por Cezary Stanislawski
Aún así, cabe mencionar que hay algo de cierto en la hipótesis de Abler, pues todos los animales carnívoros son susceptibles a quedarse con algún trozo de carne incrustado entre sus dientes luego de una comida (los dinosaurios, como el T. rex no tienen por qué ser la excepción), el cual eventualmente puede ir descomponiéndose, propiciando el desarrollo de bacterias en la boca y pudiendo llevar a causar infecciones en sus víctimas posteriores al morderlas, lo cual dependiendo de la gravedad de la infección, de la ubicación y seriedad de la herida, así como del estado de salud y de qué tan potente sea sistema inmune de la víctima, podría o no llevarlas a la muerte.
Aunque sus mordidas no necesariamente provocasen una septicemia severa, es evidente que las fauces del T. rex estaban perfectamente diseñadas para someter a sus presas y contrarrestar sus defensas.
Arte de Vlad Konstantinov
https://www.jstor.org/stable/2400997?seq=1#metadata_info_tab_contents
https://www.pnas.org/content/106/22/8969
Siempre me interesó ese mito, pero como bien resaltas en la publicación, el T Rex tenía una mordida muy poderosa por lo que una mordida séptica tiene poco que aportar.
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