21 de febrero de 2020

Desmintiendo Dino-mitos: ¿Tenía el Tyrannosaurus rex una mordida séptica?

En esta nueva entrada de la serie "Desmintiendo Dino-mitos", estudiaremos una hipótesis que alguna vez fue considerada en la comunidad científica y que aún tiende a resonar en algunos rincones informales pese a que se demostró que era falsa. Se trata de la idea de que el Tyrannosaurus rex y sus parientes hayan tenido lo que conocemos como una "mordida séptica". Es decir, que mataran a sus víctimas causándoles septicemia al morderlas gracias a un agente infeccioso en su saliva.

Esta hipótesis consistía en que los dentículos en los dientes del T. rex facilitaban la incrustación y acumulación de pequeños trozos de carne que se descomponían con el tiempo, dando lugar al desarrollo de colonias de bacterias en la saliva. A la hora de derribar a una presa potencial, dichas bacterias podrían provocar una infección letal en una herida significativa, con lo que el T. rex sólo necesitaría morderla una vez y esperar a que las bacterias hicieran su trabajo.

El T. rex probablemente no tenía una buena higiene bucal, siendo posible que restos de algunas de sus comidas quedaran incrustados entre su dentadura durante un tiempo prolongado durante el que se iban descomponiendo.
Arte de Damir G. Martin

Esta idea fue expuesta en 1992 por el paleontólogo William Abler, pero no se hizo tan popular hasta 2008, cuando fue presentada a las masas por el documental "Jurassic Fight Club", emitido originalmente por The History Channel. Sin embargo, su popularidad llegó tarde, pues la hipótesis estaba moribunda al haber sido cimentada sobre una base inestable.

El argumento principal de la hipótesis de Abler era que la estructura de los dientes del T. rex era muy similar a la de los dientes del actual dragón de Komodo, por lo que debió de haber empleado la misma estrategia de caza que éstos o una similar. Y es que para cuando Abler propuso esta hipótesis, se pensaba que los dragones de Komodo mataban a sus presas de la manera arriba descrita. Es decir, infectándolas con bacterias que se desarrollaban en su saliva gracias al alimento que quedaba incrustado en su dentadura y se descomponía en su boca. Sin embargo, en 2009 se descubrió que los dragones de Komodo en realidad no tienen un mordisco séptico como se pensaba hasta entonces, sino que tienen glándulas venenosas en su boca. En otras palabras, resulta que éstos no matan a sus víctimas por infestación, sino por envenenamiento, invalidando la teoría de la mordida séptica.

El dragón de Komodo alguna vez fue considerado el poseedor de una mordida séptica y la similitud de sus dientes con los del T. rex condujo a la hipótesis de que éste último también tendría una, mas ésta perdió solidez al revelarse que el dragón de Komodo lo que tiene en realidad son glándulas venenosas.
Fotografía por Cezary Stanislawski

Con esto, la idea de que el T. rex mataba a sus presas dando un mordisco y esperando a que éstas sucumbieran a la infección causada por el mismo fue falsificada al carecer de análogos en el mundo moderno que permitan sustentar tal estrategia de caza. No obstante, es de tener en cuenta que el T. rex se caracteriza por poseer la mordedura más potente registrada hasta ahora para un dinosaurio, siendo capaz de ejercer una fuerza de sobre 30 kilonewtons al morder, lo que le habría permitido no sólo atravesar la carne, sino también triturar huesos, por lo que un agente infeccioso tendría poco que aportar a sus ya letales fauces.

Aún así, cabe mencionar que hay algo de cierto en la hipótesis de Abler, pues todos los animales carnívoros son susceptibles a quedarse con algún trozo de carne incrustado entre sus dientes luego de una comida (los dinosaurios, como el T. rex no tienen por qué ser la excepción), el cual eventualmente puede ir descomponiéndose, propiciando el desarrollo de bacterias en la boca y pudiendo llevar a causar infecciones en sus víctimas posteriores al morderlas, lo cual dependiendo de la gravedad de la infección, de la ubicación y seriedad de la herida, así como del estado de salud y de qué tan potente sea sistema inmune de la víctima, podría o no llevarlas a la muerte.

Aunque sus mordidas no necesariamente provocasen una septicemia severa, es evidente que las fauces del T. rex estaban perfectamente diseñadas para someter a sus presas y contrarrestar sus defensas.
Arte de Vlad Konstantinov

Referencias:
https://www.jstor.org/stable/2400997?seq=1#metadata_info_tab_contents
https://www.pnas.org/content/106/22/8969