14 de febrero de 2021

¿Amamos a los dinosaurios con el corazón o con la razón?

Ah, el Día de San Valentín, día en el que se conmemora todo lo que tiene que ver con el amor y la confraternidad. La mayoría de la gente lo celebra compartiendo dulces, regalos, una cena o algún gesto especial con su ser o seres más allegados como muestra de las expresiones de su corazón. Aquí lo celebraremos indagando en nuestra afición por los dinosaurios y por el estudio de la vida prehistórica, pues lo que define a un dinofriki es precisamente una palpable y profunda apreciación por estos seres que sólo podemos conocer a través de la paleontología, apreciación que se ha desarrollado hasta el punto en que podríamos decir que éstos, de cierto modo, son el amor de la vida de un dinofriki (por eso somos frikis... y también por eso muchos de nosotros seguimos solteros). No obstante, los dinosaurios y la vida prehistórica han cautivado nuestro corazón y nuestra mente de diferentes formas y hay quien los ama con el corazón y piensa en ellos con la mente y quien los ama con la mente y piensa en ellos con el corazón. Y, como ya habrán visto en el título, es de esto que se trata la entrada de hoy, pero antes de entrar de lleno al tema, quiero dar crédito al paleontólogo Andrea Cau por la idea para esta entrada, pues la misma está inspirada en un artículo que él publicó hace unos años en su blog, Theropoda, titulada "Deja de mirar al Tyrannosaurus con el corazón". Esta entrada parte de la misma corriente, pero podría considerarse una bifurcación que va por una vía distinta, pues pretende ahondar más en los aspectos psicológicos y culturales de nuestra percepción de los dinosaurios, aunque sin dejar de tocar cuestiones estrictamente científicas, aparte de explorar el fenómeno desde una perspectiva más general.

Dicho esto, de más está decir que ante los ojos de nuestra cultura, los dinosaurios han trascendido su definición biológica y se han convertido en un fenómeno no sólo de interés científico, sino también en uno popular, habiendo cautivado a la humanidad desde que se empezó a estudiar a los fósiles a través de los ojos de la ciencia moderna, nutriendo nuestra imaginación y nuestra percepción de la historia natural de la Tierra. Y con razones de sobra. Después de todo, ¿quién no sentiría fascinación por una criatura que combina características de ave y de reptil y que verdaderamente existió en este planeta muchísimo antes de que nuestra especie apareciera? No es de extrañarse que hoy, teniendo conocimiento de que conformaban un grupo más diverso y exitoso de lo que podemos imaginar, sean admirados por las masas y ocupen un lugar especial en el corazón y la mente de muchos.

¿Cómo no amar a los dinosaurios?
Arte de Nika Rupar

Sin embargo, cabe resaltar que esto lo hacen de diferentes formas y de más está decir que los dinofrikis no nos "enamoramos" de estas criaturas del mismo modo. Cada cual tiene sus propias experiencias en torno al tema y su admiración y apreciación por estos seres se desarrolla de manera individual y por consiguiente, distinta. No obstante, comúnmente nuestro primer contacto suele ocurrir en algún punto de nuestra infancia y por lo general, es a través de un medio gráfico, como un libro, una película o programa televisivo o incluso, una mera imagen.

A falta de un ejemplo mejor que pueda describir con lujo de detalle, procedo a compartir mi historia personal, comenzando por decir que fue hace muchos años, cuando ni siquiera había empezado a estudiar en la escuela y la vida aún parecía simple. Me encontraba sentado frente a una pantalla de televisión que restregaba en mis pupilas algo que cambiaría el curso de mi existencia y frustraría para siempre los esfuerzos de mis padres por criar a un ser humano íntegro y mentalmente sano. Lo que se veía en la pantalla era un escenario muy peculiar en el que unas personas con sombrero montaban a caballo y lanzaban sogas al cuello de una enorme bestia con aspecto de lagarto, pero que contrario a éstos, caminaba a dos patas de un modo parecido al de un pájaro, al mismo tiempo que emitía atemorizantes rugidos. Como si el solo aspecto de aquella criatura no fuese suficiente para cautivarme, no pude evitar quedar impresionado por su poder. Los intentos de esas valientes personas por capturarlo parecían ser fútiles. Por si fuera poco, eventualmente apareció una segunda bestia aún más bizarra que no parecía nada que hubiese visto antes. Su cuerpo era como el de un elefante, mientras que su cabeza se asemejaba a la de una tortuga, pero estaba cubierta de cuernos. Pronto, ambas bestias se abalanzaron una contra la otra mientras los humanos abandonaban la escena impotentes. Tras un corto, pero intenso choque de poderes, la primera bestia derrotó a la segunda, tras lo cual fue en persecución del grupo de personas que trató de capturarlo, alcanzando a uno y devorándolo como si fuese no más que una golosina. La bestia parecía invencible y desde entonces, no he dejado de sentir admiración por ella. "¿Qué es eso?", le pregunte a mi madre, que estaba sentada junto a mí contemplando aquel espectáculo, aunque con un interés menos notorio. "Es un dinosaurio.", contestó, inconsciente del error que estaba cometiendo y de que a partir de entonces, su hijo perdería la cordura y se convertiría en un dinofriki obsesionado sin que hubiera marcha atrás.

La imagen que cambió mi vida al introducirme al concepto de los dinosaurios.
Imagen propiedad de Warner Bros. Pictures

Hoy sé que la revelación mística que tuve aquel día fue en realidad una película titulada "El Valle de Gwangi", dirigida por Jim O'Connolly, con Ray Harryhausen (uno de los animadores más importantes en la historia del cine) a la cabeza de los efectos especiales (que si bien para los estándares de hoy son algo anticuados, para la época de su filmación estaban a la vanguardia). La verdad, mis recuerdos de aquel momento son vagos y sólo he podido mantenerlo vivo con la ayuda de mi pobre madre (que fue la que estuvo ahí para atestiguar cómo sus esfuerzos por convertirme en un integrante sano de la sociedad se empezarían a desmoronar por completo), pero la impresión que me dejó la majestuosidad de la criatura titular, un Allosaurus al que llaman "Gwangi" (que para los curiosos, es un vocablo de la lengua de los indígenas norteamericanos que significa "lagarto") sigue fresca y latente, como si lo hubiese vivido segundos antes de escribir esta entrada. Si bien la película no ha envejecido muy bien y podría perfectamente categorizarse como una cinta de serie B o incluso, como una parodia de King Kong, no deja de ocupar un lugar especial en mi corazón y cada vez que la veo, me envuelve una profunda nostalgia.

Cartel promocional de "El Valle de Gwangi"
Imagen propiedad de Warner Bros. Pictures

A medida que avanzaba mi infancia, seguía consumiendo más y más material tematizado en dinosaurios, incluyendo más películas, programas de televisión, libros y un largo etcétera, con lo que poco a poco fui comprendiendo varias cosas sobre los dinosaurios, como por ejemplo, que éstos no caminaban arrastrando la cola por el suelo, como lo hacían en lo que ante mis ojos fue su manifestación inicial. Asimismo, aprendí que aquellos que eran bípedos en realidad no asumían una postura casi erguida, similar a la de un canguro, sino una en la que su lomo quedaba más o menos paralelo al suelo (Gwangi, por ejemplo, asumía la postura de los terópodos según eran representados en las obras del paleoartista Charles Knight). Aprendí que eran más ágiles y dinámicos y posiblemente, más coloridos de lo que se veía usualmente en los medios. Y más importante, al adentrarme un poco en la historia de la paleontología, aprendí que nuestra visión de ellos había cambiado mucho desde que empezaron a ser comprendidos por la ciencia y eventualmente aprendería que ésta seguía e iba a seguir cambiando. Hoy sé que "El Valle de Gwangi" está lejos de ostentar una representación fiel de los dinosaurios, mas eso no supone ningún problema para que pueda seguir disfrutándola ni la desacredita por ser el detonante de mi actual interés por la paleontología. Aún con su diseño desactualizado y con todas sus inconsistencias, Gwangi es un personaje al que no puedo sino querer con el corazón, mas debo agregar que no por eso pienso en él con el corazón y por consiguiente, el cariño que le tengo no me impide en lo absoluto reconocer que la realidad no es como lo que se ve en pantalla. Y es que usualmente, lo que vemos de los dinosaurios en los medios son personificaciones retocadas para apelar a la audiencia (o más propiamente, a sus emociones) que, como lo pone un buen amigo mío que trabaja en ese ámbito, están hechas de tal manera que entren por los ojos. Es decir, que cumplan con nuestras expectativas. Para esto, se saca provecho de las características psicológicas del público (lo que en mercadotecnia se conoce como psicografía). A la hora de representar a los dinosaurios, la industria mediática por ejemplo se vale de factores como nuestra curiosidad por lo exótico, nuestra admiración y temor por animales de gran tamaño o de apariencia imponente, nuestro miedo ancestral por los depredadores y de la percepción popular de los reptiles como criaturas indómitas, frías, escurridizas y usualmente repugnantes. De modo que las representaciones de los dinosaurios que solemos ver en los medios se rigen más por los principios de oferta y demanda que por motivaciones didácticas y como tal, sólo pretenden apelar a nuestros ideales para darnos el entretenimiento y la estética que esperamos y demandamos, valiéndose de lo que en mercadeo se conoce como el modelo AIDA (siglas compuestas por las iniciales de Atención, Interés, Deseo y Acción). Es decir, buscan llamar la atención del espectador para así despertar su interés en el producto ofrecido a fin de provocar el deseo que conduzca a la acción de poseerlo, consumirlo o disfrutarlo de una manera que resulte rentable.

Por supuesto, no hay daño en disfrutar de la ficción ni de estas representaciones tergiversadas de los dinosaurios o incluso de encariñarse de ellas, pero no debemos olvidar que no son más que personajes ficticios y consiguientemente, como sugiere la propia palabra "ficción", se trata de algo que se finge y no es real. Personalmente, lo veo como algo similar a una dinámica de personajes y actores. En este caso, se podría decir que Gwangi es un personaje adherido al maquillaje y al guión, mientras que el verdadero Allosaurus es el actor que lo interpreta, tratándose de una situación comparable a lo que ocurre con actores conocidos por protagonizar cintas de acción, como por ejemplo, Keanu Reeves, reconocido por interpretar a personajes heroicos a los que se les atribuyen hazañas épicas y extraordinarias, tales como Neo en la franquicia de "The Matrix" o John Wick en la saga cinematográfica homónima. Sin embargo, sabemos que en la vida real, es una persona ordinaria con sus necesidades y limitaciones, mas no por eso menos digno de estima ni su trabajo, menos reconocible. Al fin y al cabo, Keanu Reeves tiene más potencial para inspirar a la gente que los personajes a los que interpreta al ser una persona más asimilable, identificable y sobre todo, real, sin mencionar que sin él no hay Neo ni John Wick (o al menos, no como los conocemos y apreciamos hoy). En este caso, Gwangi tal vez sea un personaje regio en una historia épica y entretenida, pero es poco o nada parecido al "actor" que lo interpreta (es decir, al verdadero Allosaurus), que no es ni por asomo menos digno de aprecio y admiración, sobre todo cuando se tiene en cuenta que su historia no es una obra de ficción, sino una de hechos que habiendo quedado escrita en las páginas geológicas de nuestro planeta por más de 150 millones de años, ponen de manifiesto la versatilidad de la naturaleza, la vida y la evolución, así como su éxito.

Allosaurus como es representado en "El Valle de Gwangi"
Imagen propiedad de Warner Bros. Pictures

Representación realista y más actualizada de un Allosaurus 
Arte de Bob Walters Tess Kissinger

Dicho esto, es comprensible el que una representación determinada de un dinosaurio en algún medio gráfico nos inspire admiración y se gane un lugar especial en nuestra memoria debido a las emociones que genera en nuestro corazón. Un ejemplo bastante notorio (si no es que el más notorio) es el caso de la Tyrannosaurus de Jurassic Park. Y no es para menos, pues tras que forma parte de la propiedad intelectual más reconocida e influyente en lo que a dinosaurios se refiere en la cultura popular, se caracteriza por haber contribuido a una revolución en la industria de efectos especiales, habiendo sido diseñada por el difunto Stan Winston y su equipo de tal manera que luciera virtualmente creíble en todos los aspectos. En adición, fue perpetuada de tal modo que logra despertar en el espectador una auténtica sensación de miedo, impotencia, respeto, admiración y prácticamente, todas las emociones que esperaríamos tener si nos encontráramos cara a cara con un auténtico Tyrannosaurus rex. Todo esto ha hecho que esta T. rex se haya convertido en un personaje muy aclamado y apreciado por muchos, pareciendo incluso ser considerada en la cultura popular como "el Tyrannosaurus modelo" al establecer una especie de estándar a la hora de conceptualizar a esta especie en múltiples y diversos medios, cosa que no es de extrañarse debido al funcionamiento del ya mencionado modelo AIDA, el cual explota la efectividad de este tipo de estándar para aprovechar nuestra susceptibilidad a fenómenos como la nostalgia. Sin embargo, debemos tener siempre presente que la paleontología, como toda ciencia, es progresiva y se actualiza con cada nuevo descubrimiento, lo que implica que nuestra percepción de los dinosaurios y otros animales extintos cambia constantemente, razón por la que no es conveniente aferrarse a una idea específica plasmada en un medio gráfico sobre cómo luciría uno de estos seres en vida.

T. rex como aparece en Jurassic Park
Imagen de Universal Pictures

Teniendo esto en mente, si bien para la época en que fue diseñada, la T. rex de Jurassic Park lucía conforme a la percepción de entonces salvo por algunas libertades artísticas (tales como un hocico más robusto y menos alargado, pómulos más pronunciados y puntiagudos y manos posicionadas en pronación, por mencionar algunos ejemplos), hemos aprendido mucho más del Tyrannosaurus desde aquellos días y con estos nuevos conocimientos, nuestra imagen de él se ha vuelto más compleja y dinámica. Ejemplo de esto es que en tiempos recientes ha resonado la posibilidad de que éste tuviese algún tipo de plumaje, deducción a la que se ha llegado mediante la aplicación de técnicas como la del horquillado filogenético pese a la falta de evidencia física directa. De acuerdo a esta premisa, si dos organismos emparentados presentan una característica en común, lo más probable es que dicha característica estuviese presente de alguna forma en su ancestro común, así como en todos los descendientes del mismo. El expositor de este sistema, el Dr. Lawrence Witmer usa de ejemplo al Hesperornis regalis, un ave nadadora del Cretácico superior de la cual se han encontrado parientes cercanos con rastros de escamas, mas no de plumaje (o al menos, no distinguibles, ya que se aprecian estructuras en los fósiles que algunos interpretan como posibles impresiones de plumaje, mientras que otros las interpretan como posibles pliegues de piel). Witmer analiza la posible presencia de plumaje como un rasgo ancestral en el Hesperornis considerando sus relaciones de parentesco con el Archeopteryx lithographica (un ave del Jurásico tardío de la cual sí se tiene rastros de plumas) y las aves modernas. Dado que el Hesperornis comparte el mismo ancestro común que el Archeopteryx y las aves modernas (formando parte de un mismo linaje) y dado que las plumas son un rasgo anatómico presente en ambos grupos (sugiriendo que es una característica heredada del ancestro común de ambos antes de que siguieran caminos evolutivos separados), lo más probable es que el Hesperornis también las tuviese, lo cual no debería resultar extraño considerando que también es un ave. El mismo procedimiento puede aplicarse reemplazando al Hesperornis con el T. rex y al Archaeopteryx, con el Sciurumimus (un terópodo posiblemente coelurosauriano de edad jurásica y menos diversificado del que se tiene evidencia directa de plumaje), lo que daría para el T. rex el mismo resultado que dio para el Hesperornis, siendo esto a su vez sustentado por el hallazgo de coelurosaurios más avanzados con evidencia directa de plumaje, incluyendo parientes del propio T. rex, como el Dilong y el Yutyrannus. Esto, por supuesto, no es prueba irrefutable de que el T. rex haya tenido plumas, pero sí indica que hay una probabilidad de que este haya sido el caso.

Representación artística del T. rex con un revestimiento de plumaje simple y siguiendo más de cerca la visión científica actual
Arte de Todd Marshall

Esta idea, sin embargo, no ha sido muy bien recibida por muchas personas pese a lo mucho que aparentan querer al T. rex y de hecho, hay a quien parece romperle el corazón considerar esta posibilidad, con algunas incluso llegando a asumir actitudes de negación. Si bien es cierto que no hay evidencia directa que permita determinar conclusivamente cómo habría sido el integumento del T. rex y que hay material fósil de esta especie con indicios de lo que parecen ser escamas (aunque hay quien considera que en lugar de escamas, podría tratarse en realidad de protuberancias producidas por fenómenos tafonómicos), lo que sumado a la premisa de que a mayor masa corporal, mayor retención calorífica ha levantado razones válidas para cuestionar la idea de que un animal del tamaño del T. rex estuviese cubierto de plumas o protoplumas, la realidad es que hay debate entre los expertos sobre este asunto, habiendo quien sostiene que es una cuestión más compleja de lo que se suele pensar y que hay otros factores a considerar aparte del tamaño y la masa del animal y de lo que se aprecia a simple vista (especialmente dado lo fragmentario que es el material de piel fosilizada de T. rex recuperado hasta ahora), razonamiento sustentado por lo que se puede ver en otros dinosaurios similares en tamaño al T. rex, como el Deinocheirus, que pese a estimársele unos 12 metros de largo y una masa de entre 6 y 7 toneladas aproximadamente, presenta una estructura comparable al pigóstilo visto en la cola de las aves de hoy y de otros dinosaurios maniraptoriformes, sugiriendo que pudo haber tenido una especie de abanico de plumas similar al de éstos al final de su cola, lo que a su vez da paso a la posibilidad de que tuviese plumas al menos, en algunas partes de su cuerpo o bien, de que su cuerpo entero estuviese recubierto de algún tipo de plumaje. Un caso parecido es el del Therizinosaurus, que pese a que se le estima una masa comparable a la del T. rex, hay quien sostiene que probablemente tuvo plumas al provenir de un linaje de dinosaurios del que se sabe que las tenía (como se evidencia en el caso del Beipiaosaurus).

Representaciones artísticas del Deinocheirus (izquierda) y el Therizinosaurus (derecha). Nótese la cobertura de plumaje.
Arte de sphenaphinae, de Deviantart

Como ocurre con el T. rex, la evidencia disponible para deducir que estos dinosaurios tenían un integumento filamentoso no es directa, pero la evidencia indirecta, como la ya mencionada estructura ósea similar a un pigóstilo en el caso del Deinocheirus y la presencia de estructuras filamentosas en fósiles tanto de parientes del Deinocheirus como del Therizinosaurus, sugiere que ese es el escenario más plausible. Sin embargo, casi nadie parece tener problemas con eso, mas sí cuando se aplica esta lógica al caso del T. rex. Esto, probablemente debido al aferramiento emocional a nociones obsoletas sobre este afamado dinosaurio que usualmente siguen siendo popularizadas por los medios precisamente para apelar a la nostalgia y a los sentimientos. No obstante, lo mismo puede ocurrir en el caso contrario y pese a que la idea de que el T. rex haya tenido plumas es poco popular y sólo ha sido explorada en medios minoritarios, no falta quien la acepta como un hecho axiomático a pesar de la falta de evidencia directa que así permita concluirlo y de que el asunto es aún objeto de debate en la comunidad científica, siendo ambos casos repercusión de cuando se ama a los dinosaurios con la mente y se piensa en ellos con el corazón.

Es aquí donde cobran relevancia las palabras del paleontólogo Andrea Cau al decir que "cuando estamos enamorados, tendemos a ser irracionales y mientras dicha irracionalidad mitigue los defectos de un ser querido, puede ser tolerable, mas cuando ésta distorsione el razonamiento científico, entonces es grave". Teniendo en cuenta que el único medio para en verdad conocer a los dinosaurios es la ciencia y particularmente, la paleontología (pues de no ser por los hallazgos paleontológicos, tampoco habría dinosaurios en los medios) y que, como decía el filósofo Raimon Panikkar, "sólo se conoce de verdad lo que se ama y sólo puede amarse lo que se conoce", cabe preguntarnos: ¿Apreciamos verdaderamente a los dinosaurios o sólo nos gusta la versión acondicionada por los medios para apelar a nuestras expectativas? ¿Estamos genuinamente interesados en ellos hasta el punto de conocerlos lo mejor posible y de aceptarlos tal cual eran, aunque haya aspectos de ellos que no coincidan con nuestros ideales o sólo nos gustan cuando se nos presentan de forma apelativa? ¿Pensamos en ellos con la mente y los queremos con el corazón o por el contrario, los queremos con la mente y pensamos en ellos con el corazón?

Si bien, como decía el filósofo Blaise Pascal, "el corazón tiene razones que la razón desconoce", cuando verdaderamente nos interesa la paleontología y queremos conocer, apreciar y comprender a fondo a los dinosaurios, no podemos sino pensar en ellos con la mente, aplicando el razonamiento científico, pues el corazón se aferra emocionalmente a las cosas y al hacerlo, compromete nuestra percepción, creándonos convicciones que no siempre conducen por vías objetivas o veraces, pues por lo general, el corazón es parcial. Es decir, adopta posturas en favor de lo que quiere o le gusta y en contra de lo que no quiere o no le gusta. Es por esto que, como dice Andrea Cau, es normal que nos pongamos irracionales cuando seguimos las razones del corazón, llegando incluso a mitigar las cosas que no nos gustan de alguien a quien amamos por muy obvias que sean, pero cuando entramos en un ámbito de carácter científico, como el de la paleontología, no hay cabida para eso. A fin de cuentas, pensar que algo es como queremos que sea y tratar de ignorar las cosas que no nos gustan no cambiará lo que se observa o se demuestra a través de medios empíricos. Sólo los datos objetivos y verificables pueden sustentar o validar un punto de vista científico, razonable y certero, el cual podría cambiar conforme se obtengan nuevos datos, haciendo inútil y absurda la adopción de estándares y visiones idealistas de cómo debería ser un dinosaurio (o cualquier organismo prehistórico) como si se tratase de un producto hecho para satisfacer nuestras necesidades y expectativas, como ocurre con sus contrapartes artificiales.

Nuestra cabeza se encarga de procesar información lógica, mientras que el corazón se especializa más en aspectos sentimentales y estéticos, lo que ocasiona que a veces discrepen en cuanto a la percepción de la realidad. Mientras la cabeza entiende que no importa si algo es apelativo o no a la hora de enfrentar los hechos, el corazón tiende a negarse a aceptarlo y a no hacer caso.
Viñeta de artista desconocido

De modo que si bien no hay problema con que las percepciones antiguas y las representaciones mediáticas de los dinosaurios nos inspiren una amplia gama de emociones, a la hora de incursionar en el ámbito de la paleontología debemos procurar que estas emociones no comprometan nuestra racionalidad. A fin de cuentas, si por ejemplo, parece razonable concebir al Hesperornis, al Deinocheirus o al Therizinosaurus con plumaje, ¿por qué no puede parecerlo también concebir al Tyrannosaurus rex de esta manera, tratándose de un caso similar al que se puede aplicar la misma lógica siguiendo el método científico?

Y como este, hay muchos otros casos, como por ejemplo, el del famoso Liopleurodon tratándose de un animal que no parecía superar por mucho los 6 metros de largo, contrario a la idea popularizada por medios como el documental "Walking with Dinosaurs" de que alcanzaba una longitud de 25 metros. También está el caso del Spinosaurus siendo un animal semiacuático que pasaba la mayor parte del tiempo cerca o dentro del agua, alimentándose mayormente de peces, contrario a la creencia popular difundida en medios, como la franquicia de Jurassic Park de que era un macrodepredador que destruía todo lo que se le cruzara en frente y de igual manera, está el caso de la "garra asesina" de los dromeosaurios, que tal parece que no era tan "asesina" como se pensaba y como se suele representar en el ámbito mediático. De cierto modo, parecería lógico pensar que estos cambios en nuestra visión de dichas criaturas sean el objeto del descontento de varias personas, mas lo cierto es que la razón de dicho descontento parece radicar más bien en nuestro arraigo a lo que nos transmiten e inculcan los medios gráficos, lo cual no debería resultar extraño considerando la apelación de éstos a la psique del público. De hecho, se puede decir que son los propios medios los que incitan a la controversia, cosa que se puede apreciar en el hecho de que ésta no necesariamente se limita a casos en los que nuestra nostalgia y la imagen de estos seres a la que nos hemos adherido se ven comprometidas.

Representación artística del Liopleurodon con un tamaño realista.
Arte de Joschua Knüppe

Representación artística según la noción actual del Spinosaurus como un depredador principalmente acuático.
Arte de Mohamad Haghani

Izquierda: Representación desactualizada del Deinonychus como un depredador gregario capaz de cazar criaturas mucho más grandes que él. Arte de Alain Bénéteau
Derecha: Deinonychus representado de una manera más acorde a la visión actual, actuando como un depredador solitario que utiliza sus garras para inmovilizar presas más pequeñas que él. Arte de Emily Willoughby

Quizá el ejemplo más notorio de esto es la famosa escena del combate entre el Tyrannosaurus y el Spinosaurus en Jurassic Park 3, donde el Spinosaurus emerge victorioso, ante lo que comenzó a ganar fama como una bestia capaz de destronar al T. rex como "el nuevo rey de los dinosaurios", mientras que muchos fanáticos de éste último quedaron desconsolados por la derrota de su ídolo, despertando así una intensa controversia que aún hoy se ve en varios medios interactivos en los que los fanáticos del T. rex tienden a cuestionar la veracidad de dicha escena, mientras que los del Spinosaurus suelen considerarla realista, lo que denota que esta polémica es impulsada primariamente por la parcialidad. Si bien no falta quien lleva el asunto al ámbito paleontológico y analiza esta escena aplicando la lógica y los conocimientos científicos (cosa que no tiene nada de malo), lo cierto es que esto poca utilidad tiene, pues el asunto en cuestión no se trata sino de un producto de la imaginación humana que gira en torno a dos personajes que no hacen nada que no esté estipulado en un guión a fin de mantener la narrativa de una historia de ficción fluyendo, por lo que la ciencia poco o nada tiene que ver en discusiones de este tipo. De modo que aunque se puede analizar la escena desde una perspectiva fundamentada en la ciencia, el antedicho enfrentamiento no puede tratarse como un tema de índole científica y por consiguiente, poca o ninguna relación guarda con la paleontología y con los dinosaurios de carne y hueso que respiraron y vagaron por nuestro mundo durante el Mesozoico, pues se trata simplemente de un fenómeno de la cultura popular que nunca pudo darse en el mundo real y que por consiguiente, no puede estudiarse con la debida precisión, por lo que todo lo que resulte de un análisis de esta escena es puramente de carácter especulativo.

El Spinosaurus emerge triunfante tras una batalla a muerte contra un T. rex en Jurassic Park 3
Imagen de Universal Pictures y Winston Studio

Casos como este parecen apoyar la idea de que los propios medios circunstancialmente establecen las bases para el estallido de controversias entre el público al crear y difundir una imagen sobrenatural de los dinosaurios que hace que éste tienda a asociarlos con personajes épicos a manera de héroes, antihéroes, villanos, monstruos o musas de leyenda al suscitar cierta identificación con lo mostrado, lo que consecuentemente crea una inclinación parcial hacia estos personajes o hacia una minoría subjetivamente seleccionada de acuerdo a la impresión que causen o dejen en el espectador. En este caso, por ejemplo, la controversia en torno a la batalla del Tyrannosaurus rex contra el Spinosaurus en Jurassic Park 3 podría atribuirse al hecho de que el T. rex es posiblemente el dinosaurio más célebre y aclamado de todos los conocidos hasta ahora, habiéndose convertido en un ícono de la cultura popular y recibido el título de "rey de los dinosaurios" tanto por los medios como por fanáticos en todo el mundo que lo han adoptado como su dinosaurio favorito. En parte esto podría atribuirse al hecho de que el título de “rey” está adherido a su nombre científico ("rex" significa rey en latín), mas es de tener en cuenta que el nombre no hace a la cosa. De modo que aunque se le llame al T. rex "el rey de los dinosaurios" y se le trate como una estrella, una leyenda o incluso como una especie de deidad, al final esto es fútil y sólo tiene utilidad en el ámbito publicitario, pues lo cierto es que no era nada de eso. Era un animal con sus respectivas adaptaciones, limitaciones y debilidades que sólo procuraba sobrevivir en su entorno y al que le valía un bledo si 66 millones de años después de extinto iba a ser elogiado por un montón de primates ruidosos esmerados en concebirlo como algo que nunca fue.

Lo mismo ocurre con el Spinosaurus. Su victoria sobre el T. rex y su sucesión como antagonista en la franquicia tematizada en dinosaurios más notoria del mundo moderno llevaron a que este dinosaurio tuviera una recepción dividida en la cultura popular. Por un lado, ganó el aprecio de algunos fanáticos que lo llegaron a anteponer sobre el T. rex como el nuevo y verdadero "rey de los dinosaurios", incluso llegando a expresar repudio hacia éste último. Por otro, recibió también un gran desprecio por una parte significativa del público, habiendo quien lo considera la cosa más infame y lo repulsa como un vil y patético usurpador. Naturalmente, es normal que un personaje ficticio inspire diversas emociones y que sea aceptado o repulsado conforme a las acciones que realiza, pero el que el actor que interpreta a ese personaje sea percibido y tratado como si fuese el personaje al que interpreta ya deja de ser plausible y tal parece ser el caso del Spinosaurus, pues el impacto causado por su enfrentamiento con el T. rex en Jurassic Park 3 parece haber influido marcadamente en la forma en que se percibe a esta especie en general hasta el punto de que incluso la asimilación de información de origen y carácter científico se ha visto comprometida. Ejemplo de esto ha sido la recepción que han tenido las recientes publicaciones de nuevo material referido a Spinosaurus indicando que éste era probablemente un animal de hábitos semiacuáticos cuya dieta consistía mayormente en peces y fauna acuícola, tras lo que se ha visto cómo muchos de sus presuntos fanáticos han adoptado una actitud de negación al ver que su supuesto dinosaurio favorito no era como lo concebían (posiblemente debido al acogimiento de una determinada representación gráfica de este dinosaurio sin tener en cuenta que el mismo es conocido sólo por restos incompletos, por lo que toda reconstrucción de éste está sujeta a revisión conforme se obtenga más información) y se ha visto también cómo los detractores del enfrentamiento apreciado en Jurassic Park 3 se han valido de lo que sugieren estos descubrimientos para alegar que el Spinosaurus era inferior al T. rex, dando a relucir que hay una tendencia a no pensar en este dinosaurio si no es a raíz de la imagen difundida en Jurassic Park 3 y concretada en su enfrentamiento con el T. rex. De modo que el motor de esta controversia y del malestar inherente a la misma parece radicar en el hecho de que se ha utilizado al Spinosaurus como una herramienta comercial con el fin de intentar superar o reemplazar al T. rex como el favorito de las masas (lo que irónicamente sólo ha conseguido el efecto contrario al hacer que difícilmente brille fuera de la sombra de éste). No obstante, independientemente de lo que se opine de él, el Spinosaurus no es ni superior ni inferior al T. rex y exaltarlo o denigrarlo es igualmente fútil, pues lo cierto es que al igual que éste último, era simplemente un animal con sus capacidades y debilidades naturales especializado en hacer lo que necesitaba hacer para sobrevivir en el ambiente donde habitaba. Lo último que se le pasaba por la cabeza era si 93 millones de años después de extinto un grupo de primates estrepitosos lo compararía con otra criatura de cuya existencia nunca supo y si esos primates estarían a gusto o no con su apariencia y estilo de vida y con la forma en que lo representarían en medios que ellos mismos inventarían y mucho menos, si sería aclamado o despreciado por ellos (y aún si esas ideas se le hubiesen pasado por la cabeza, probablemente estaría demasiado esmerado en intentar sobrevivir y prosperar en su hábitat como para darles la más mínima importancia).

Pese a lo notorio que se ha vuelto el Spinosaurus, lo cierto es que conocemos muy poco de él debido a que actualmente sólo se dispone de restos parciales asignados al género, a lo que se suma que el material original fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial y sólo quedan fotografías como esta, por lo que mucho de lo que creemos saber sobre este dinosaurio podría estar errado.
Fotografía extraída del Journal of Paleontology

Por supuesto, no hay problema con tener un dinosaurio favorito ni con aclamarlo. El problema viene cuando la parcialidad sesga nuestra percepción de la realidad. Después de todo, nuestros dinosaurios favoritos no necesitan que protejamos el estatus que nosotros mismos les hemos dado y mucho menos, de lo que la ciencia revela sobre ellos como si se tratase de defender a nuestra pareja de un ataque personal. Eso más bien es contraproducente, pues al fin y al cabo, promulgar dictámenes no verificables, más que una defensa, es una calumnia.

De modo que si por ejemplo, creció con un Tyrannosaurus como su juguete favorito, si se maravilló por la extravagancia del Triceratops en un libro, si le impactó el Spinosaurus en Jurassic Park 3 o en algún otro medio, si fue cautivado por la majestuosidad del Brachiosaurus u otro saurópodo enorme en las reconstrucciones de un museo o parque de diversiones o si es de Argentina y le gusta el Giganotosaurus porque sus restos fueron encontrados en su país, eso está muy bien, mas no hay que dejarse llevar por la parcialidad y llegar al extremo de idolatrar a su especie favorita y de menospreciar a otras al compararlas con ésta, imaginando cómo las superaba en tal o cual aspecto o cómo las habría derrotado en un enfrentamiento hipotético y en última instancia, proclamándola como el mejor dinosaurio de todos, pues lo cierto es que no existe tal cosa. Y es que para empezar, cabe señalar que "mejor" es un concepto de carácter subjetivo que utilizamos para emitir un juicio sobre dos o más opciones en función de los atributos de cada una analizados bajo nuestros criterios personales a fin de determinar la que presente las cualidades que nos resulten más convenientes o preferibles. Debido a la subjetividad inherente al concepto, es de tener en cuenta que lo que es mejor para una persona no necesariamente es mejor para otra, lo que puede dificultar (por no decir "imposibilitar") llegar a un acuerdo definitivo. Por tal razón, cualificar algo como "mejor" no define la verdadera naturaleza de las cosas; simplemente se basa en nuestra percepción de ellas, siendo por tanto una opinión y no un hecho. Cuando se tiene esto en cuenta es fácil entender que desde un punto de vista objetivo, en la naturaleza ningún organismo es mejor que otro, por lo que aplicar criterios humanos para valorar a una especie sobre otra es algo puramente ilusorio, pues cada especie posee adaptaciones que otras no necesitan o bien, compensan con otras a fin de hacer lo necesario para sobrevivir y prosperar en su hábitat y cada organismo es eficaz a su manera a la hora de desempeñar su rol específico en el ecosistema del que forma parte. En otras palabras, cada organismo es "el mejor" haciendo lo que hace, por lo que la denigración o devaluación de una especie en favor de otra al final es algo absurdo. Cada especie es un ejemplo de éxito que fue puesto a prueba por el proceso evolutivo y de adaptación y los dinosaurios, habiendo prosperado en este planeta por más de 160 millones de años (y más de 230 si incluimos a las aves), no son la excepción.

Dicho esto, cabe preguntarnos: ¿Nuestro dinosaurio favorito es un animal real que alguna vez vivió y anduvo en nuestro planeta o una versión tergiversada del mismo que sólo existe como un producto de la imaginación y de la explotación comercial? ¿De verdad nos gustan los dinosaurios o lo que realmente nos gusta es una interpretación idealizada o romantizada de ellos?

Queda en manos de cada uno de nosotros por individual responder estas preguntas, pues si bien está en los medios el mostrarnos o no una imagen de los dinosaurios fiel a lo que nos dice la ciencia y el registro fósil, no es su responsabilidad determinar cómo el público los percibe y los asimila. Nosotros somos quienes debemos determinar si los amamos con el corazón y pensamos en ellos con la mente o si los amamos con la mente y pensamos en ellos con el corazón.

Referencias:

  1. http://dinogoss.blogspot.com/2013/03/who-cares-about-dinosaurs.html
  2. http://palaeos-blog.blogspot.com/2014/08/dinosaurios-superheroes-o-animales.html
  3. http://theropoda.blogspot.com/2019/02/smettete-di-guardare-tyrannosaurus-col.html
  4. https://www.ionos.es/digitalguide/online-marketing/analisis-web/el-modelo-aida-la-formula-del-exito/